sábado, 21 de febrero de 2009

Cartagena...

Cartagena siempre fue la meta.
Yo amé la Ciudad apenas la vi -
cristalina, delgada, llevada de tambores y viento de mar.
Cartagena la cuna, el amanecer,
la geografía de Colombia en sus primeras tintas y piedras...



En octubre del 2007 fui a Cartagena por primera vez, iba a formar el equipo de la fundación allá. El Distrito Turístico y Cultural de Colombia, es donde todo el mundo quiere estar, donde todo es playa, sol, música y rumba. De beber cerveza y comer pescado todo el día. Yo iba a algo distinto - en busca de un asentamiento marginal donde construir nuestras viviendas de emergencia. Había escuchado las historias de la pobreza de Cartagena, la miseria exagerada, la desigualdad que había, las contradictorias estadísticas: una de las ciudades más ricas de Colombia con 78% de su población viviendo en pobreza y la 2° con mayor desempleo. Cartagena, la ciudad de los turistas de todo el mundo, de los monumentos históricos, de las reinas y las convenciones, el puerto del país. La Heroica, joya de la corona española, la cuna de Colombia.

Temprano la primera mañana entré a la oficina de Corvivienda, la oficina municipal creada para entregar viviendas dignas a los cartageneros, a reunirme con su directora y su asistente. Ellas ya conocían nuestro proyecto, y ofrecieron llevarnos a un barrio que ellas conocían donde había "cierta necesidad". Me subieron a su camioneta y saliendo del centro de la ciudad tomamos una carretera aún en construcción, bordeando la Ciénaga de la Virgen, una ciénaga negra y quieta que se abre y descarga en el mar. Tomamos una curva y de pronto se abrió ante nosotros “La Esperanza”, donde vimos 30 de las más de 1000 familias que habitan solo en ese sector viviendo en la miseria más absoluta. Detuvimos el carro a unos 50 metros de las primeras viviendas.

Todo lo que me habían dicho de la pobreza en Cartagena era mentira. La pobreza era peor.

Pequeñas chozas de madera podrida se levantaban del barro sucio que las inundaba, alineándose con la carretera. La Ciénaga de la Virgen es donde descargan más del 70% del alcantarillado de la ciudad, y en época de lluvia, el pantano se desborda inundando todo a su alrededor, especialmente el Barrio la Esperanza, de aguas contaminadas, de desechos humanos. Hace un par de noches la intensa lluvia empujó las aguas sobre la carretera, entrando a las precarias viviendas de los pobladores, llenándolas hasta la mitad con barro sucio. Pequeños fogones con el desayuno se encendían frente a las chozas, y las familias, al ver detenerse una camioneta, voltearon a mirar.

Abrí la puerta para bajarme e ir hasta las casas y ver a las familias cuando me gritan las funcionarias de Corvivienda –“¡Ey ey ey donde que tu vas! Qué haces!? Te vas a bajar acá?! Aquí no puedes hacer eso!! Te van a atracar, matar - súbete al carro!! ¡Mira desde acá qué casas que tu vas a construir y nos vamos!”

Oh rayos – pensé para adentro (pensar para afuera no pude), las mismísimas personas de Corvivienda, las mismas empleadas municipales que se supone trabajan para los pobladores y deben resolver sus problemas de vivienda ni siquiera se atreven a bajarse del carro para hablar con la comunidad. Hice un rápido inventario de mis pertenencias, un celular y un poco de plata, y qué vaina, pensé, si salgo vivo de ésta algún día podré contar la historia en un blog.

Me bajé del carro y empecé a caminar hacia las casas, las familias ahora todas en pie mirándome, comenzaron a acercarse. El olor era insoportable, y mis pies se hundían en el fango verde y negro. “Llegó Un Techo Para Mi País!” - escuché a uno decir, “Llegaron los de las casitas!”, y se empezó a regar la bola. Una señora me cogió del brazo y me dijo “mijo venga a ver mi casa”, al tiempo que un señor también me agarró y jaló para el otro lado. Todo el mundo gritaba que por favor entrara a su casa primero, así que dije que lo haríamos en orden así nos tomara todo el día. Empecé por visitar la primera (como es de esperarse).

La primera casa, como todas, era un barrial, parecía una casa para enanitos, pues con la subida del pantano las casas perdieron la mitad de su altura. Las patas de la cama estaban montadas sobre bloques de cemento, toda la ropa atiborrada sobre la cama y la mesa, unas baldosas improvisadas dispersas en el suelo, los implementos de cocina colgando de hilos amarrados en los largueros del techo…pensé que nunca había visto miseria tal…hasta que entré a la segunda casa, luego a la tercera, después la cuarta, y así. Cada casa parecía estar peor que la anterior. Después de entrar a como 10 casas la manzana volteaba y se dejaba ver parte del barrio, una calle convertida en arroyo llena de basura, trastes y barro, con chozas igual de precarias a cada lado, niños embarrados jugando entre los cerdos que comían lo que el pantano arrastrara. Las madres me miraban desde la puerta de sus casas sin poder salir por el barro, en silencio invitándome a pasar. Esta era la cara oculta de Cartagena, la ciudad escondida…miles de familias allí metidas, inundadas, olvidadas. Pobladores tratados como desechos, viviendo con desechos humanos literalmente hasta las rodillas.

Yo ahí parado con el fango entrándome a las zapatillas, con 10 viviendas de emergencia. Si hubiese tenido 100, ó 1000, ó 10.000……

El Alcalde de Cartagena de ese entonces, Nicolás Curi, un ladrón sinvergüenza que hoy está preso, tenía 77 procesos legales en su contra por corrupción y hurto. Mandó amenazar que más nos valía no construir ahí, y habló a la comunidad días después de nuestra visita que si alguien recibía una casa de las nuestras no construiría las viviendas definitivas que les venía prometiendo hace 4 años, que nunca hizo. Se venían las elecciones y no quería que hubiera ayudas en las comunidades donde no pudiera aparecer él o su candidato. Obligados nos fuimos a otro barrio a construir, a Pantano de Vargas. Ahí hemos construido nuestras viviendas, nuestro equipo, y una parte de nuestros recuerdos.

Nunca he entendido como Colombia permite que Cartagena sea tan pobre…la ciudad más deseada, la más vistosa, la más mimada, donde todos quieren llegar…que tanto extranjero (incluyendo rolos) llegue buscando sol, playa y trópico, pero los hijos morenos de la ciudad sufran del calor, la lluvia y el viento. Que tantos niños de Pantano de Vargas ni siquiera conocen el mar. Yo sé que no será así para siempre. Fue “La Heroica” por nosotros en el pasado, tendremos valor hoy nosotros para sitiar la injusticia de su pobreza?

Aún así yo amo a Cartagena, porque no me esconde nada, la conozco completa, tal como es, en todos sus colores, y me siento como en casa tanto en Fredonia como en Boca Grande, en la Virgen como en Manga, a los pies de la India, o sobre los muros que miran eternos el mar, reflejo del espíritu de la costa - espíritu de alegría, de tambores, historia y mar.